El gran Ortega venía a decir que somos lo que somos debido a que nuestras circunstancias son las que son (Cfr. «Yo soy yo y mi circunstancia»; Ortega, 1914). Parece una obviedad, pero encierra una verdad tan profunda y lo hace de un modo tan sencillo que hace inevitablemente evidente la genialidad del filósofo español. Por eso, ahora que se me pide exponer mi experiencia en “Creciendo Juntos-Perú-Selva 2017” se me hace muy difícil hacerlo fuera del ámbito en el que me muevo normalmente: el mundo del aprendizaje. Disfruto día a día debatiendo, investigando, leyendo y haciendo muchas más cosas relativas al mundo del aprendizaje junto al alumnado y a los compañeros de aventura en esto de formar a maestros, los profesores de mi Universidad; por eso, no puedo entender lo vivido este mes y medio en Perú al margen de esa realidad que acoge la mayor parte de mi tiempo y de mi ser.
Una de las cosas que me apasiona de los procesos de aprendizaje es su carácter dinámico. Aprender no es pasar “de golpe” de la ignorancia a la sabiduría; no es ir del blanco al negro ni viceversa. Aprender supone un continuo transitar entre lo ignoto y lo conocido; entre la torpeza y la competencia; entre la necedad y la sabiduría. Constituye un camino que no termina nunca, que deja al descubierto cada vez más -curiosamente- todo lo que queda por saber, por recorrer, manifestando nuestra práctica ignorancia por más que queramos saber de cualquier tema. Sin embargo, al mismo tiempo -¡y gracias a Dios!- ese tránsito va dejando evidencias que van confirmando que, efectivamente, conocemos determinadas cosas con mayor profundidad, las cuales nos hacen comprender mejor y ser cada vez más competentes con respecto a la realidad que nos rodea y en la que nos hemos de desenvolver. Entenderán entonces mejor ahora por qué, para mí este breve pero intenso viaje de mes y medio por Perú se ha convertido en un “tránsito” a través del cual he ido bien confirmando, bien renovando o bien dejándome sorprender por ciertas conclusiones que podríamos llamar “aprendizajes”:
He aprendido que lo más importante en la vida es amar a otros y dejarse amar por los otros; y que por eso mismo tenía razón el que dijo que “a la tarde te examinarán en el amor”.
He aprendido que las mayores proezas no se consiguen por la grandiosidad de enormes actos, sino por la humildad de pequeñas miradas.
He aprendido que las personas de corazón sencillo están más cerca de Dios y que al acercarme a ellas desde el rebajamiento -no desde la superioridad- a su vez, me acercan a Él.
He aprendido que los puentes se pueden trazar de muchas maneras y
en muchos contextos.
He aprendido que la felicidad es más un asunto de donación que de acopio.
He aprendido que la bondad de ese niño que toda persona lleva dentro tiene sentido siempre y que no hay que perderla nunca.
He aprendido que nos pueden quitar muchas cosas, pero nunca la sonrisa y la esperanza.
He aprendido que quejarme en mi mundo de rico, con mis problemas de rico, suponen un insulto para ese niño capaz de andar dos horas para recoger un plato de arroz blanco, privarse de comerlo, guardarlo cuidadosamente y llevarlo a su familia.
He aprendido que la fidelidad de la Iglesia y de tantas buenas personas comprometidas —y organizadas— que le dan rostro sigue dando grandes frutos, frutos universales que la hacen verdaderamente Católica.
He aprendido que de la austeridad material —y espiritual— puede brotar la abundancia del corazón.
He aprendido que el valor de la familia sigue fuerte allí donde nos creemos “ir de misión” y he confirmado que nuestras sociedades occidentales sobreestimuladas con suficientes necesidades resueltas como para tener tiempo de aburrirse denostan, confunden, relativizan o menosprecian valores esenciales y verdaderos que los países del Sur nos recuerdan.
He aprendido que ser cristiano es un camino de plenitud capitaneado por el mejor líder: Jesús de Nazaret, y comandado por María, esa Madre que siempre está al quite y que, en medio de un contexto donde solo cabría el llanto es capaz de dar pleno sentido, agrandar el corazón y llenarlo de esperanza y agradecimiento a pesar de todo y sobre todo. El sentido profundo de lo vivido, de todo lo que haya podido servir o aportar va mucho más allá de “lo práctico” o de la acción visible. En realidad es una consecuencia de un enamoramiento, de un sí a ese líder que me llama desde lo más profundo del corazón y me pide entrega y generosidad. Lo vivido, de esta manera, trasciende a mera acción social, la foto, el “quedar bien” porque se “está con los pobres”. Supone una llamada, un compromiso preferente con el servicio al pobre y humilde, sí, pero en el pleno reconocimiento de mi propia y absoluta pobreza y de que solo desde la humildad y el abajamiento puedo esperar y construir, esté donde esté. Según esta dinámica, he aprendido que la misión puede estar en cualquier sitio en un mundo que clama.
Miguel Ángel Barbero Barrios
Acompañante del Proyecto Creciendo Juntos
Profesor Centro Universitario Sagrada Familia (Úbeda)