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POR FIN LIBRE

Un día te levantas y decides partir. Llevas planeando el viaje mucho tiempo pero la decisión de partir no la meditas mucho. Si piensas demasiado, no lo harás, y el tiempo apremia. El tiempo no. Tu familia que te necesita. Necesita que salgas, que te lances a la aventura y que trates de alcanzar ese sueño, para que puedan seguir viviendo tus hermanos pequeños, tus padres, tus primos.

Y sales. Y pasas por Gao, Talyenda, Kidal. Pasas mucho calor durante el día, mucho frío al anochecer. Te paran los tuareg, te piden dinero, no es fácil, no es seguro. Pero sigues. Llegas a Argelia, a ratos andando, a ratos en algo parecido a un coche. A Timadnine, donde te obligan a dormir en un pequeño albergue del que no tienes derecho a salir hasta que no pagues. Pasas a Gardaia donde tienes un poco más de libertad ya que solo pagas por el derecho de paso. Te toca decidir: Libia o Marruecos. Eliges Marruecos. Una semana más tarde se hunde una embarcación cerca de la costa libia con 800 personas. 800 negros. Llegas por fin a Marruecos: tu casa durante los próximos seis meses. Tu casa es el bosque. Construyes un pequeño cobijo con plásticos y algunas mantas. Y te duermes…hasta que un ruido atronador te despierta, no entiendes qué pasa, ves luces de linternas y hombres de uniforme diciendo cosas que no entiendes en árabe marroquí. Queman todo. Pegan a tus compañeros. No ves bien qué le hacen a esa mujer que dormía con su hijo pequeño. Te escondes y no sales de ahí hasta la mañana siguiente. Y así transcurren los días. Te despiertas, vas a por agua en unas grandes botellas de plástico muy desgastadas, tratas de lavarte, bajas a la ciudad a mendigar algo de comida. Vuelves al bosque…y lloras. Ya no eres un niño, piensas, pero lloras como un niño.

Tu cabeza no te deja dormir, el estrés, la incertidumbre, pero sobre todo el miedo te impide alcanzar el sueño. Tampoco llega la oportunidad de alcanzar el otro sueño: el sueño europeo. No es tu sueño. Es el de tu familia, el de tus vecinos, el de tu país, el de África. Así que no lo piensas mucho más y ese día corres kilómetros hasta que llegas a la valla. Son seis metros como poco, no puedes meter los dedos por ningún lado para trepar. Te haces daño. Algo pincha, te quedas enganchado, pero al fin lo consigues y llegas hasta arriba. Estás sangrando mucho. Vuelves a bajar sin llegar al suelo y saltas a la siguiente valla. Otra vez arriba. Hace muchísimo viento, no sabes si vas a aguantar mucho aquí pero abajo hay gente vestida de uniforme hablando en español y cerca de una puerta abierta hacia el otro lado: es la puerta de salida. Ahora no puedes bajar, pero hace mucho viento. Uno de los del uniforme le sube un cuaderno y un boli a otro de tus compañeros. Se pone a escribir. ¿Qué dirá, qué mensaje quiere transmitirles? Tarda mucho en escribir todo, como media hora. Tras ese rato le devuelve el cuaderno al hombre del uniforme que le ayuda a bajar por unas escaleras que han colocado. Llega al suelo, ¡lo ha conseguido! Pero le ayudan a cruzar la puerta, la puerta hacia el otro lado, la puerta de salida, la puerta de la no bienvenida. No puedes bajar ahora. Pero hace mucho viento y pierdes el equilibrio.

Mamadou viene de Malí. Tiene 21 años. Mamadou trató de alcanzar el sueño europeo y como muchos otros, intentó saltar la valla de Melilla, pero se cayó y se dio un golpe en la cabeza. Ese día, cuando tantas personas estaban allí encaramadas, la escena parecía sacada de una obra de teatro. Una obra de teatro en la que cada uno se sabía su papel a la perfección: los que observan, los que trabajan y las víctimas que son las de allí arriba. Las víctimas son las que mejor se saben su papel: son los personajes sin voz. Sin voz, sin derechos y casi sin dignidad. No son víctimas, son héroes. Probablemente esa noche ninguno de los personajes de esa obra durmiera tranquilo. Mamadou sufrió un traumatismo craneoencefálico, pasó 15 días en coma, despertó y quedó discapacitado. “No esperábamos que nadie viniese a visitarle”. Mamadou no recuerda prácticamente nada de su vida. Desde que despertó pregunta constantemente por sus padres. Sus padres que probablemente nunca sabrán nada más de él. Resulta que la vida no es como nos la han contado siempre. La vida es así, la indiferencia de pocos está ganando a la necesidad de muchos. Pero Mamadou ya está en Europa. Nuestra Europa. Tu Europa. Mi Europa. Y así pasará el resto de su vida: en un centro especializado, siendo atendido y cuidado, sin entender nunca cómo terminó allí, cómo terminó así. Por fin libre.

PALAZÓN

                                                                                                    (Foto de José Palazón)

(Escrito por Nuria Ferré, trabaja e investiga en la Cátedra de Refugiados y Migrantes Forzosos de la Universidad P. Comillas y muchas cosas buenas más, pero sobre todo, Amiga)

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Escalón 130

AUTOR: RENATO ALONSO VERA CHÁVEZ

agustino

Todos los días de nuestra vida subimos escaleras; las subimos en casa, en la universidad, en distintos lugares, todo el tiempo estamos subiendo escaleras. Sin embargo, hay una escalera que nunca olvidaré. Una escalera que me  llevó a un lugar distinto a los que había conocido hasta ese momento. A partir de esa experiencia el sentido de subir escaleras cambió para mí.

Cuando era pequeño, mi papá trabajaba en una fábrica en El Agustino. Lo acompañaba de vez en cuando en auto y en el camino veía los cerros llenos de casas. Le preguntaba a mi papá por qué la gente vivía ahí y él solo me decía que la gente estaba ahí porque no tenía plata. Conocer ese terreno se convirtió en un sueño para mí. Desde mi imaginario de niño, esos espacios me parecían fabulosos; imaginaba que estos lugares eran como pequeñas ciudades, que tenían sus propias reglas y que definitivamente eran espacios totalmente distintos a los que había conocido hasta ese momento. Hoy a mis 21 años mi visión sobre los cerros ha cambiado.

En el año 2012 tuve la oportunidad de cumplir mi sueño gracias a una experiencia de voluntariado universitario. Entre risas y bromas, junto con otros compañeros de la Universidad, me inscribí en esta experiencia de voluntariado, para participar en el grupo que iba al “Cerro La Milla”. Aunque lo hice en un principio desde un sentido meramente filantrópico, no pensé en lo que después significaría para mí espiritualmente.

“Necesitamos reco­nocer la ciudad desde una mirada contemplativa, esto es, una mirada de fe que descubra al Dios que habita en sus hogares, en sus calles, en sus plazas.”[1]

Lo escrito por el papa Francisco me anima a presentarles el lugar que conocí. Para los creyentes será un ejercicio de reconocimiento de Dios en ese lugar y para los no creyentes se tratará de reconocer otra realidad de los seres humanos. Quiero presentar la realidad de la vivienda informal en mi ciudad, Lima. Para hacer este ejercicio les propongo hacer lo que hice yo: subir escaleras. Debemos llegar al escalón 130 en un cerro en San Martín de Porres, el Asentamiento Humano “Sagrado Corazón de Jesús”.

Antes de llegar allá nos detendremos en tres escalones importantes. El primero es el escalón de la periferia, el segundo el de la exclusión y la precariedad, y el tercero el escalón de los derechos, para finalmente subir al  punto más alto del cerro. En este viaje nos acompañará la señora Victoria Cruz, presidenta del asentamiento humano. Esto nos brindará la oportunidad de conocer este espacio desde una de sus protagonistas. Entender la periferia como parte de una historia de vida.

Parada 1: El escalón de la periferia

“…prefiero una Iglesia ac­cidentada, herida y manchada por salir a la calle, antes que una Iglesia enferma por el encierro y la comodidad de aferrarse a las propias segurida­des.”[2]

Lo dicho por el papa me inspira nuevamente en el primer escalón. Lo traigo a mi contexto, la universidad, y digo: prefiero no ser tan académico y conocer de cerca la realidad. Prefiero conocer el concepto de periferia en los cerros más que en los libros de mi carrera, la Ciencia Política. La teoría sobre la periferia se encuentra en las personas más que en la misma teoría de la dependencia.

De todas formas es importante recoger algunos aspectos de la academia, solo que eso no debe ser lo central en este ejercicio. En este sentido, la señora Victoria nos comenta en esta primera parada lo siguiente:

“Joven, usted se ha dado cuenta cómo cuando se construye en los cerros de Surco o La Molina, antes de que la gente vaya a vivir allá ya tienen luz y agua. En cambio, nosotros venimos peleando por eso desde hace más de 10 años”[3].

Creo que la señora Victoria ilustra claramente las explicaciones de la teoría de la dependencia de muchos autores. Los derechos y la ciudadanía están disponibles para el centro de la sociedad (en este caso de la ciudad), vale decir, para la gente que tiene los recursos para acceder a ella. La gente que no los tiene y que está a la espera de un “favor del Estado” es la periferia. Estamos parados en un escalón en medio de la periferia.

Estamos aquí en la parte media del cerro, al voltear y mirar el horizonte vemos parte de nuestra gran ciudad. La observo y entiendo que la periferia es como una estructura que se va reproduciendo. Esta condición se genera donde encuentra espacio, donde hoy existe una necesidad básica sin cubrir o donde exista una potencial situación de dominación. Un espacio de periferia es además aquel donde existe exclusión. Donde el centro no es el ser humano o la sociedad sino más bien otros elementos como el dinero, el poder o el egoísmo. Ante esto, Francisco tiene algo que decirnos.

“Cuando la sociedad —local, nacional o mun­dial— abandona en la periferia una parte de sí misma, no habrá programas políticos ni recursos policiales o de inteligencia que puedan asegurar indefinidamente la tranquilidad.”[4]

Parada 2: El escalón de la exclusión y la precariedad

Seguimos subiendo las escaleras, vamos ahora, en el escalón 70 aproximadamente. Aquí pararemos, pero esta vez no miraremos hacia el frente sino hacia arriba. Hacer esto me llevó a mí a observar todo el camino que faltaba para llegar a la comunidad. Me permitió, además, pensar que la periferia no es un concepto abstracto y que éste se concretiza en una realidad palpable: La vivienda informal.

Hoy, la vivienda informal es un problema para nuestra ciudad y ello por diversas razones: por un lado, una variable de sentido técnico y político, la planificación urbano-territorial, y por otro lado, aún más importante, la variable humana y social porque se trata de la calidad de vida de las personas.

La vivienda informal es un problema de planificación urbana porque la ciudad se ha desbordado como bien argumenta y describe José Matos Mar[5]. El Estado, representado por distintas instituciones, no ha sido capaz de albergar a las personas que han llegado. Los procesos de invasión urbana en Lima datan de 1940 en algunas zonas, lo que hace que el problema tenga una doble dimensión de responsabilidad. Por un lado el problema se ha generado por las personas que han llegado a lugares no pensados para la vivienda, pero por otro el Estado no ha aceptado esta realidad y no ha desarrollado trámites burocráticos suficientemente claros.

La precariedad en la calidad de vida es el factor que más me preocupa de los dos problemas mencionados. La señora Victoria respecto a eso nos cuenta:

“Desde el 2008 comenzamos a trabajar organizados. Comenzamos a distribuir los pilones porque solo teníamos un punto y pedimos más puntos a SEDAPAL para jalar agua con manguera”.[6]

La precariedad va de la mano con la ausencia del Estado. Los servicios de agua, desagüe y de energía eléctrica son provisionales y autogestionados. Las empresas de servicios públicos refieren que no pueden dar estos servicios a lugares que no existen en su mapa de proyección de servicios. La municipalidad no reconoce a esta propiedad como formal (a pesar de que, como veremos más adelante, ella cuenta con derechos) y por lo tanto las empresas tampoco.

La falta de servicios básicos desencadena distintos problemas adicionales que acrecientan la exclusión y la desigualdad. Un muchacho de mi edad que esté estudiando no tiene la posibilidad de hacerlo de noche, la luz es comunitaria y hay que racionalizarla. Si surge una emergencia en medio de la noche bajar por escaleras oscuras y empinadas hará las cosas más difíciles. Los servicios básicos son más que meramente servicios, son una cuestión humana y un derecho.

Parada 3: El escalón de los derechos

Estamos ya por el escalón 110, haremos aquí nuestra última parada antes de llegar al final. Nos pararemos aquí y esta vez no miraremos hacia arriba o hacia el horizonte, esta vez miraremos hacia abajo. Trataremos de mirar en perspectiva la falta de derechos y el poco sentido humano de  esta situación de periferia.

El derecho a la propiedad se encuentra en la segunda generación de derechos, la generación de derechos económicos, sociales y culturales. Lo cual nos lleva a afirmar que efectivamente la lucha por la propiedad es legítima desde el punto de vista de nuestra  Constitución.

Para la gran mayoría de los pueblos, la propiedad constituye la base de su sustento económico convirtiéndose en la fuente de su identidad espiritual  cultural y social y como consecuencia el lugar de vivienda. El derecho a la propiedad tiene, además, un sentido más amplio que el de la tierra en sí misma. La propiedad se conceptualiza a través del territorio pero se relaciona con el mismo de una forma singular.

La señora Victoria en  ningún momento me señaló que luchaban por un derecho.  Ellos luchan y se organizan para obtener justicia, y la justicia es un valor, cuyo concepto es superior al propio Derecho, pues no se restringe solamente al cumplimiento de las leyes. Es así como se entiende por qué la propiedad de la vivienda define parte de la vida cotidiana en sociedad.

Escalón 130: El Asentamiento Humano Sagrado Corazón de Jesús

Hemos llegado finalmente al Asentamiento Humano Sagrado Corazón de Jesús. Junto con la señora Victoria miraremos ahora hacia los costados. Miraremos a nuestro alrededor. Estamos donde queríamos estar, la periferia. La llegada al asentamiento humano nos permitirá englobar el sentido de periferia de esta realidad.

La periferia tiene un sentido multidimensional en el problema que representa. La vivienda informal y el no derecho a la propiedad no solo significan la falta de una vivienda. Lo anterior es la base de distintas situaciones que generan distintos campos de exclusión económica, social, política y humana.

La generación de periferias es un hecho que atañe a la historia de vida de los seres humanos. Distintos procesos como la migración o la discriminación son espacios de periferia que son consecuencia de otros. El concepto de periferia excede su sentido político-social. El concepto de  periferia se expresa de la historia de vida de cada uno de los seres humanos afectados.  Por eso agradezco la presencia de la Señora Victoria Cruz en este viaje; por ese acercamiento a su historia de vida, a esa perspectiva humana y cercana de su realidad.

Con respecto a esta comunidad, la exclusión en la que vive ha generado una identidad. Una identidad de lucha y de creación ante un Estado y una sociedad ausentes e incapaces de ver a los pobladores como ciudadanos sujetos de derecho o peor aún como seres humanos cohabitantes de la tierra.

“La misión en el corazón del pueblo no es una parte de mi vida, o un adorno que me puedo quitar; no es un apéndice o un momento más de la existencia. Es algo que yo no puedo arrancar de mi ser si no quiero destruirme. Yo soy una mi­sión en esta tierra, y para eso estoy en este mundo”[7].

El papa Francisco tiene un mensaje humano y social -además de moral- que es inspirador para cualquier persona que quiera conocer a su prójimo, es decir salir al encuentro del otro, de aquel que es diferente a uno. Esta última  cita  que traigo a este viaje nos invita  a mirar estas realidades con mayor atención. Nuestra vida debe tomar parte en la tarea de la inclusión de espacios donde los derechos no son un asunto cotidiano, sino todo un premio a una gran lucha.

Las invasiones  y la vivienda informal son espacios generados por un centro. Un centro que ha olvidado que el sentido humano está presente en cada uno de los pobladores. En cada espacio se tejen historias de vida con miles de experiencias. Experiencias de encuentro, experiencias del otro. Seamos un puente, un puente entre la precariedad y la comodidad. Un puente entre el centro y la periferia.
(Autor:Renato Alonso Vera Chávez, compañero de camino)

[1] Francisco (2013) Exhortación Apostólica “Evangelii Gaudium”  p. 59

[2]Francisco (2013) Exhortación Apostólica “Evangelii Gaudium”  p.41-42

[3] Adaptación de la entrevista realizada a la señora Victoria Cruz Oliva, presidenta del asentamiento humano.

[4]  Francisco (2013) Exhortación Apostólica “Evangelii Gaudium”  p.50

[6] Adaptación de la entrevista realizada a la señora Victoria Cruz Oliva, presidenta del asentamiento humano.

[7] Francisco (2013) Exhortación Apostólica “Evangelii Gaudium”  p. 206

Sin Miedo

sin miedo

El 15 de Mayo de 2011, a eso de las 6 de la tarde, en la Puerta del Sol, unos indignados desplegaron esta tela enorme que veis en la foto cubriendo prácticamente todo el famoso edifico Tio Pepe. Allí estábamos muchas personas de todo tipo: jóvenes, jubilados, hippies, modernos, progres, cristianos, ateos, feministas, clásicos, perroflautas, engominados, pijos, chandaleros, universitarios, parados, profesionales… Nos convocaba una indignación común, un clamor contra el la situación de nuestro país: recortes sociales, corrupción política y paro, mucho paro.

Mientras veíamos bajar esta tela coreábamos repetidas veces: «Sin Miedo, Sin Miedo, Sin Miedo…»

Pues este «Sin Miedo» me está acompañando mucho las últimas semanas. Parece que el fin del mundo se acercara, casi escucho las siete trompetas que anuncian el Apocalipsis. Me pregunto si es tan frágil nuestra democracia como para temblar como está temblando con la posibilidad de tener a Ada Colau y Manuela Carmena de alcaldesas de Barcelona y Madrid. ¿Será para tanto? ¿Tendremos un sistema tan endeble que corra el peligro de estallar por un giro político de políticas de derecha a políticas de izquierda?

Hace dos años lo que se criticaba al 15M era su falta de concreción. «¡Qué fácil es protestar!» o «¡De qué sirve indignarse!» fueron frases muy repetidas esas semanas. Resulta que una vez superada la indignación y canalizada esa movilización en un opción política (coalición de partidos de izquierda en ayuntamientos y Podemos en comunidades autónomas) ahora lo que se critica es la radicalidad de la opción. Ya no son cinco gatos soñadores perraflutas. No. Ahora es la tercera opción de los españoles y en muchas ciudades la segunda o incluso la primera. El descontento que movilizó con tanta fuerza el 15M ha provocado un proceso de toma de conciencia y de empoderamiento ciudadano qué sólo podía materializarse aterrizando en las urnas en forma de voto.  Los motivos siguen siendo los mismos que los de hace dos años, principalmente: recortes sociales, corrupción política y paro, mucho paro.

No entro en opinar lo que me gusta o disgusta de este ciclón político. Hay cosas que me ilusionan y otras que me apenan y enfadan. Hoy no toca analizar sus propuestas concretas.

Por lo que hoy quiero romper una lanza es por el respeto a la democracia, a las opciones políticas  legítimas tomadas, al sistema de representación que tenemos (que por cierto, lo idearon quienes lo idearon, así que ahora no vale borrarse y renegar), quiero romperla por los millones de votantes que el pasado domingo eligieron.

El miedo es una estrategia milenaria para paralizar personas y procesos, para boicotear opciones, para embarrar caminos. Es una táctica poco democrática, dictatorial. El miedo ataca en las inseguridades de cada uno. El miedo, en términos ignacianos, lo suele protagonizar el Mal Espíritu. No tiene nada de bueno. Como el granizo, solo daña.

Nos guste o no nos guste, el pueblo ha hablado. Ahora les toca a los políticos ponerse a dialogar y llegar a acuerdos para gobernar. Es el sistema que tenemos, es nuestra ya no tan joven democracia. Si unos han dejado de conseguir tantos votos será por algo. Si otros nuevos han conseguido ganarse la confianza de tanta gente, pues será por algo también. Quizás haya cambio o quizás no. Quizás todo siga igual. Quizás Madrid se convierta en la ciudad más justa del mundo o quizás nos hayan vendido una moto que no arranca. Quizás hay una nueva forma de hacer política o quizás sea la misma escondida en caras nuevas. Quizás nos vayamos a la mierda del todo o quizás descubramos un planteamiento diferente de nuestros gobernantes.

Yo lo único que creo es que debemos dejar hacer y luego podremos juzgar. Que no sean las tertulias, ni los periodistas, ni las portadas de los periódicos los que nos metan miedo y nos hagan creer que hemos firmado nuestra sentencia de muerte. Si no lo hacen bien, a los 4 años no se les vota y se acabó. Sin más tremendismos. Tenemos suficientes herramientas legales para sentirnos protegidos y seguros. El votar no se va a acabar.

Al principio, los cambios (a mejor o a peor, eso ya lo veremos) siempre asustan un poco. Solemos preferir lo malo conocido que lo bueno por conocer. Creo que estamos ante una gran oportunidad para afrontar esto y confiar en la ciudadanía y en la democracia española.

Me viene a la cabeza las primeras palabras de Juan Pablo II en su pontificado. En 1978 y desde el balcón que asoma a la Plaza de San Pedro. Podría haber dicho muchas frases pero se decantó por una tan breve como potente, que pone punto y final a este post. Lo primero que dijo fue «¡NO TENGÁIS MIEDO!».

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