Vidas en conversión

La Iglesia nos propone un tiempo de ayuno, oración y compartir lo que tenemos con los que menos tienen. Un tiempo para hacer silencio y vaciarnos haciendo hueco a Dios, que quiere habitar nuestro interior dotando de sentido nuestro día a día.

Siento la llamada a la continua conversión, «arrancando de mi pecho mi corazón de piedra, poniendo en su lugar un corazón de carne» (Ezequiel 11, 19). Cuando me pusieron la ceniza el pasado miércoles sobre la frente, me dijeron «conviértete y cree en el Evangelio.»

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¿Y qué significa esto en mi vida? Me siento en conversión cuando:

– Cuido mi vínculo con el Padre. Le escucho y no solo me escucho. Cuando entre el ruido y las prisas me atrevo a pararme y hacer silencio. Ser consciente de Su paso por mi vida. Agradecerle y pedirle. Cuando simplemente estoy con Él.

– Me vivo en movimiento. Peregrinando. Explorando nuevo caminos. Buscando más. No conformándome con lo establecido.

– Lo que escucho y veo a mi alrededor, por la calle, en los telediarios y periódicos… me afecta. Cuando me quito el chubasquero y todo aquello no me resbala, sino que me moja hasta llegar a calarme. Cuando de mi interior surge una petición sincera por todas aquellas personas que sufren a causa de injusticias y egoísmos de otras. Cuando de verdad me siento unidos a ellas. Así mudo mi corazón de piedra y lo sustituyo por uno de carne en el que cabe mucho más que lo mío.

– Eso que me afecta y que me hace compadecerme me lleva a movilizarme. Cuando doy cauce a esa rabia y esa pena que me produce ese dolor. No me quedo en la indignación.

Por eso ayunar, orar y compartir lo que tengo con los demás me ayuda a vivir este tiempo (y la vida). Son maneras de cuidar mi relación con Dios y de enlazarme con los demás. Por eso cuando pienso en Cuaresma, me viene a la cabeza una imagen tan bella y tan diferente al desierto de las tentaciones como ésta: un bosque frondoso y lleno de vida siendo de nuevo iluminado por el sol, que al igual que el Señor, ocurra lo que ocurra, falle o acierte, avance o me tropiece, da luz cada mañana, brinda un nuevo día.

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APRENDIENDO DE LOS “DESCARTADOS”

El gran Ortega venía a decir que somos lo que somos debido a que nuestras circunstancias son las que son (Cfr. «Yo soy yo y mi circunstancia»; Ortega, 1914). Parece una obviedad, pero encierra una verdad tan profunda y lo hace de un modo tan sencillo que hace inevitablemente evidente la genialidad del filósofo español. Por eso, ahora que se me pide exponer mi experiencia en “Creciendo Juntos-Perú-Selva 2017” se me hace muy difícil hacerlo fuera del ámbito en el que me muevo normalmente: el mundo del aprendizaje. Disfruto día a día debatiendo, investigando, leyendo y haciendo muchas más cosas relativas al mundo del aprendizaje junto al alumnado y a los compañeros de aventura en esto de formar a maestros, los profesores de mi Universidad; por eso, no puedo entender lo vivido  este mes y medio en Perú al margen de esa realidad que acoge la mayor parte de mi tiempo y de mi ser.

Una de las cosas que me apasiona de los procesos de aprendizaje es su carácter dinámico. Aprender no es pasar “de golpe” de la ignorancia a la sabiduría; no es ir del blanco al negro ni viceversa. Aprender supone un continuo transitar entre lo ignoto y lo conocido; entre la torpeza y la competencia; entre la necedad y la sabiduría. Constituye un camino que no termina nunca, que deja al descubierto cada vez más -curiosamente- todo lo que queda por saber, por recorrer, manifestando nuestra práctica ignorancia por más que queramos saber de cualquier tema. Sin embargo, al mismo tiempo -¡y gracias a Dios!- ese tránsito va dejando evidencias que van confirmando que, efectivamente, conocemos determinadas cosas con mayor profundidad, las cuales nos hacen comprender mejor y ser cada vez más competentes con respecto a la realidad que nos rodea y en la que nos hemos de desenvolver. Entenderán entonces mejor ahora por qué, para mí este breve pero intenso viaje de mes y medio por Perú se ha convertido en un “tránsito” a través del cual he ido bien confirmando, bien renovando o bien dejándome sorprender por ciertas conclusiones que podríamos llamar “aprendizajes”:

He aprendido que lo más importante en la vida es amar a otros y dejarse amar por los otros; y que por eso mismo tenía razón el que dijo que “a la tarde te examinarán en el amor”.

He aprendido que las mayores proezas no se consiguen por la grandiosidad de enormes actos, sino por la humildad de pequeñas miradas.

He aprendido que las personas de corazón sencillo están más cerca de Dios y que al acercarme a ellas desde el rebajamiento -no desde la superioridad- a su vez, me acercan a Él.

He aprendido que los puentes se pueden trazar de muchas maneras y

en muchos contextos.

He aprendido que la felicidad es más un asunto de donación que de acopio.

He aprendido que la bondad de ese niño que toda persona lleva dentro tiene sentido siempre y que no hay que perderla nunca.

He aprendido que nos pueden quitar muchas cosas, pero nunca la sonrisa y la esperanza.

He aprendido que quejarme en mi mundo de rico, con mis problemas de rico, suponen un insulto para ese niño capaz de andar dos horas para recoger un plato de arroz blanco, privarse de comerlo, guardarlo cuidadosamente y llevarlo a su familia.

He aprendido que la fidelidad de la Iglesia y de tantas buenas personas comprometidas —y organizadas— que le dan rostro sigue dando grandes frutos, frutos universales que la hacen verdaderamente Católica.

He aprendido que de la austeridad material —y espiritual— puede brotar la abundancia del corazón.

He aprendido que el valor de la familia sigue fuerte allí donde nos creemos “ir de misión” y he confirmado que nuestras sociedades occidentales sobreestimuladas con suficientes necesidades resueltas como para tener tiempo de aburrirse denostan, confunden, relativizan o menosprecian valores esenciales y verdaderos que los países del Sur nos recuerdan.

He aprendido que ser cristiano es un camino de plenitud capitaneado por el mejor líder: Jesús de Nazaret, y comandado por María, esa Madre que siempre está al quite y que, en medio de un contexto donde solo cabría el llanto es capaz de dar pleno sentido, agrandar el corazón y llenarlo de esperanza y agradecimiento a pesar de todo y sobre todo. El sentido profundo de lo vivido, de todo lo que haya podido servir o aportar va mucho más allá de “lo práctico” o de la acción visible. En realidad es una consecuencia de un enamoramiento, de un sí a ese líder que me llama desde lo más profundo del corazón y me pide entrega y generosidad. Lo vivido, de esta manera, trasciende a mera acción social, la foto, el “quedar bien” porque se “está con los pobres”. Supone una llamada, un compromiso preferente con el servicio al pobre y humilde, sí, pero en el pleno reconocimiento de mi propia y absoluta pobreza y de que solo desde la humildad y el abajamiento puedo esperar y construir, esté donde esté. Según esta dinámica, he aprendido que la misión puede estar en cualquier sitio en un mundo que clama.

                                            Miguel Ángel Barbero Barrios

 Acompañante del Proyecto Creciendo Juntos

                                                                                                        Profesor Centro Universitario Sagrada Familia (Úbeda)

Y tú, ¿de qué equipo eres?

Como si fuéramos hinchas de un equipo, así nos comportamos muchas veces. Parece que compramos discursos en su totalidad olvidando construir nuestro propio relato. De derechas, de izquierdas, liberales, socialistas, feministas… la corrupción, los toros, las creencias religiosas, las políticas migratorias, la ecología… da igual, es fácil ponerse una camiseta y recitar un discurso que te posicione en bloque.

Y entonces, ¿qué hacemos con el espíritu crítico? ¿Nos olvidamos de tomar una posición bajo nuestro propio criterio?

Comparto siete ejemplos que he vivido últimamente:

  1. El otro día agradezco en Facebook el apoyo de Iñigo Errejón a la campaña #SickofWaiting en la que formo parte, que trata de presionar a los gobiernos de la UE para que cumpla con los compromisos de acogida de refugiados. Un conocido comenta indignado que él también le agradece las complicaciones que está poniendo Podemos a la educación concertada. Me pregunto: ¿no será esto mezclar churras con merinas? ¿No puedo estar de acuerdo con un partido político en determinados asuntos y en desacuerdo con otros? ¿Hay que ser podemita o anti-podemita?
  2. Ayer comento en una comida que me cae bien Pablo Casado, del PP. Reacciones inmediatas en la propia mesa: «¡Pero si es un pijo, un fachilla! ¡Cómo te va a caer bien!»
  3. Hace ya unos meses una joven muy cercana me pregunta: «Tú como te va lo social, y te metes con el PP, como trabajas en una ONG, ¿estarás en contra de los toros, ¿no?» Se ve que hay un determinado perfil que debo de aparentar. La verdad es que no tengo un criterio claro con este asunto pero desde luego que no soy anti-taurino y que recuerdo con mucho cariño una tarde en las Ventas viendo a José Tomás. Me pregunto: ¿en alguna parte pone que si quieres trabajar por un mundo menos injusto, con menos desigualdad, con más oportunidades para todos, hay que estar en contra de los toros?
  4. Hace dos semanas en una reunión muy interesante, un joven reflexiona en voz alta: «Me parece una incoherencia que una persona sea católica vote a Podemos.» No me pareció el momento para polemizar pero me vino a la cabeza unas estadísticas de El Confidencial sobre votantes de partidos en España y si se declaraban católicos o no, practicantes, de otras religiones. ¿Y qué concluía este artículo? ¡Sorpresa! Podemos tiene el mayor porcentaje de católicos practicantes reconocidos. O son muy incoherentes o nos estamos volviendo a poner la bufanda de nuestro equipo sin profundizar un poquito más.
  5. Recurrentemente, leo en mis redes sociales: «¿Cómo puede haber cristianos que apoyen el Islam? ¿No se dan cuenta que quieren acabar con nosotros?»
  6. El otro día cenando con unos amigos, uno me dice antes del postre: «Álvaro, el otro día leí una cosa que ponías sobre el feminismo… ¡Vaya rojillo te estás volviendo desde que trabajas en cosas sociales!» 
  7. Retuiteo muchas veces reflexiones de Carlos Osoro (Arzobispo de Madrid). Al momento me llegan comentarios: «¡Cómo se puede dar eco a un señor que viste así y que representa a la Iglesia Romana jerárquica, corrupta, pedófila…!»


Ahora expongo 7 ideas que me vienen después de haberle dado (y seguiré dando) muchas vueltas. Ideas que ojalá ayuden a encaminarnos hacia el espíritu crítico y se alejen del forofismo al que me he referido antes:

  1. No firmar cheques en blanco. En mi colegio me enseñaron desde muy pequeño que no hay que comprar ningún discurso a nadie. Que no hay que creerse el 100% de lo que diga un canal de televisión, un programa de radio, un tuitero, un periódico, etc… Cuando nos informemos creo que es bueno que nos situemos: quién me dice qué y por qué creo que me lo puede decir. Y por su puesto, triangular: A ver qué dicen de esto éste otro medio…
  2. «Dar al César lo que es del César.» Creo y experimento que es muy sano reconocer a cada uno en lo que creo que aporta valor, lo que hace bien, en lo que coincido. Y a la vez, en lo que discrepo, en lo que creo que se equivoca. No me veo en la obligación de casarme con nadie. Me siento libre para decir con qué comulgo y con qué no.
  3. Sin miedo a hablar de nada. Pienso que si dialogo con el que discrepo, podré llegar a entenderle. No hace falta que comparta su argumento, que me convenza de nada. Pero quizás sí puede ser muy bueno comprender mejor por qué se sitúa así el otro. Poder empatizar con él.
  4. Adiós etiquetas, adiós prejuicios. Sólo nos separan, nos hacen perdernos lo auténtico del otro. Concedamos siempre al otro la oportunidad de expresarse antes de sentenciarle.
  5. Acojamos lo diverso. No nos asustemos, no seamos nazis de nada. Defendamos lo que pensemos, en lo que creamos pero no obliguemos al otro a pensar o ser como yo, no le exijamos para ser un amigo, un hermano, un compañero, pensar igual que yo. Tengamos la humildad de reconocernos pequeños, que lo que defendemos es simplemente una creencia, una postura pero que no sabemos si tenemos la razón o no. No juguemos a ser dioses que poseen la verdad. Tendamos la mano con el que estoy en desacuerdo. Si yo tengo mis razones por las que pienso así, he de pensar que el otro también tiene las suyas: «sus motivos tendrá.»
  6. Relajarnos e ir a lo importante. Si lo piensas tranquilamente, no son tantas las cosas que merecen un disgusto, una voz alta, un desencuentro. Localicemos lo nuclear, en lo que consideremos que nos la jugamos y gastemos en eso todas nuestras energías. No nos dejemos llevar por el ruido que inunda los medios de comunicación.
  7. Sentirnos peregrinos. Que van haciendo camino, madurando, viendo mundo, construyendo un criterio propio, descubriéndonos, dejándonos hacer por la propia vida, rectificando, afianzando, avanzando. A veces dando tumbos y otras yendo como velas. Muchas veces parando, incluso retrocediendo. Pero siempre creciendo. Libres.
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