La otra mejilla


El Evangelio de hoy es uno de los que más me han marcado desde pequeño. Me acuerdo que cuando me lo contaron por primera vez en mi colegio, me pareció rarísimo, de hecho creo que pensé que el cura se estaba equivocando…

Habéis oído que se dijo: «Ojo por ojo y diente por diente». Pues yo os digo: no resistáis el mal; antes bien, al que te abofetee en la mejilla derecha, ofrécele también la otra; al que quiera pleitear contigo para quitarte la túnica, déjale también el manto; y al que te obligue andar una milla, vete con él dos. A quien te pida, da, y al que desee que le prestes algo, no le vuelvas la espalda.

¿Qué era eso de poner la cara para llevarme otra bofetada?

Es muy complejo analizarla, pero la sociedad históricamente ha permitido pocos errores a las personas que la componemos. Para funcionar con armonía y cierto orden, tuvimos que inventarnos leyes, sistemas judiciales, guardias, ejércitos… un sistema coercitivo. A nivel local, personal, familiar, comunitario, tampoco dejamos mucho margen al error. Castigamos al que nos hace cualquier mal, nos cuesta reconciliarnos. Mantenemos rencillas.

Me imagino la sociedad en la que Jesús vivió, una sociedad dominada por el Imperio Romano  y conducida religiosa y moralmente por el Judaísmo. Ambos, eran focos de poder estrictos y rígidos, inflexibles. No se pasaba ni una a los que incumplían las leyes civiles, morales o religiosas.

Me imagino también el momento en que Jesús vuelve a remover, a agitar, a revolucionar con su mensaje innovador y lleno de amor: PON LA OTRA MEJILLA, DALE TU MANTO…

Aunque hayan pasado más de dos mil años, la sociedad no ha cambiado tanto en este aspecto: el sentido práctico de las cosas, nuestra manera de plantear soluciones a los conflictos. Esquivamos el perdón para devolvérsela con más fuerza. Cuántas veces decimos, oimos frases como «Arrieritos somos…», «En la vida se lo perdonaré…», «Quien ríe el último rie mejor…», «Ni olvido ni perdono»…

Creo que son expresiones que nos salen de las entrañas en caliente pero no del corazón. O al menos, no de un corazón sanado e invadido por Dios. Él no quiere que se la guardemos a nadie, Él quiere que nos queramos y nos hagamos felices, que nos ayudemos, que nos entreguemos. Y eso es algo difícil, a veces mucho, pero a la vez es tremendamente sanador. Te llena, te conduce a la plenitud, a la felicidad tranquila,  a la paz contigo y con los demás. No concibo sentirme libre y feliz sin el Don del perdón.

No creo que Jesús quiera que nos tomen el pelo, que seamos unos blanditos fáciles de manejar. Él desde luego que no lo era. Como siempre, Jesús iba más allá de lo establecido, de lo normal: nos invita a portarnos con los demás como hermanos que somos. «Tenéis que amar a vuestros enemigos, ¿qué mérito tiene que améis a vuestros amigos?». Ninguno, pero qué difícil es… cuando nos tocan lo nuestro saltamos, nos cabreamos, nos queremos vengar… pero de qué poco nos sirve.

Si estamos en paz con nosotros, podemos tener la capacidad de perdonar al otro, incorporar su error en nuestra vida. El rencor nos encadena, nos entristece. Poner la otra mejilla es un misterio más de Dios porque no nos convierte en tontos a los que tomar el pelo sino en cristianos libres y con una capacidad de amar que nos acerca mucho a la felicidad. Al perdón nadie lo puede parar. Ni todo el rencor del mundo.

Un pensamiento en “La otra mejilla

  1. Alejandro dice:

    Absolutamente convencido, odiar, además, perjudica a quien práctica el odio. Y la venganza, como todas las acciones negativas, te deja una huella de vacío en el corazón.
    Mil abrazos!!!

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