Así se titula el libro que escribió el jesuita Peter G. Van Breemen hace más de treinta años y que cayó en mis manos el día de mi 29 cumpleaños.
Como me ocurre muchas veces cuando me regalan un libro con buena pinta, me alegro al tenerlo, lo hojeo, doy las gracias, lo vuelvo a hojear, lo fecho y firmo y lo guardo en la librería pensando que llegará el momento adecuado de leerlo.
Pues ese momento ha llegado.
Aún no puedo escribir sobre él, lo que me salía hoy era escribir, poner orden dentro de mí (para eso empecé este blog), ¿por qué había sentido que era el momento de empezar este libro?, ¿por qué «Como pan que se parte» me ha llamado después de este verano peruano?
Jesús es el pan que se parte para llegar a todos nosotros, para entrar en lo más profundo de nuestro interior y darnos vida. Nos ilumina. Nos llena de paz. El pan se parte y se da a los demás. Nuestro Dios Jesús no es inalcanzable, no es esa figura tan sólo mística con el que nos comunicamos mirando al cielo. Nuestro Dios Jesús bajó a la tierra, se encarnó y nos mostró un camino terrenal hacia el Reino. Jesús tiene rostro, manos y pies. Nos mostró el camino de la Verdad, no la verdad intelectual sino la Verdad verdadera, la de que Dios existe y sólo siguiéndole y sirviéndole encontraremos la auténtica felicidad.
Quiero ser pan que se parte. Quiero darme a los demás desde lo cotidiano del día a día.
He vivido un verano que me ha mostrado que se puede vivir de esa manera, que hay mucha gente que sólo entiende su vida desde ese partirse a los demás. He sido testigo de cómo Dios se hace pan y se parte en muchos voluntarios, trabajadores, en niños que trabajan desde los cinco años, en madres maltratadas, en sonrisas, en sacrificios, en profesores, en donantes, en campesinos, en jóvenes universitarios, en religiosas, jesuitas, laicos, creyentes, ateos, peleados con la religión, críticos con la Iglesia… Jesús se parte en todos nosotros por igual.
Una vez más Dios me ha mostrado un camino lleno de luz, me ha invitado a recorrerlo con Él, me ha dado libertad para recorrerlo o quedarme en el comienzo mirando con inquietud, con interés.
Partirme estudiando, partirme trabajando, partirme en mi hogar, con mi mujer, con mi familia, con mi ahijado, con mis amigos, con los proyectos que tienen sabor a Evangelio, con la gente que se cruce en mi camino, con mis compañeros de clase, con mis vecinos, con el camarero, con el africano que me cruzo todos los días cuando paso por aquel lugar, partirme con y en mi oración, partirme deseando siempre lo mejor al otro, cambiando el pensar bien por la crítica destructiva. Partirme en lo pequeño, en lo cotidiano, partirme tratando al otro como a un hermano, con un amor fraternal.
Sentir a Dios partirse por los demás, por mi y en mi para yo intentar (sabiendo que fallaré una y otra vez) imitarle y querer ser pan que parte.
Gracias a todos los que, con vuestro ejemplo, me habéis impulsado a comenzar este libro. De alguna manera, me habéis hecho sentirme llamado por él. Gracias.
Gracias Alvaro, me ha encantado leerte……………..