A finales de julio vi en el cine de verano del Parque Calero con dos amigos la película “Dallas Buyers Club”.
Al prota de la peli (impresiona ver al guaperas de Matthew McConaughey escuálido y degradado, vestido en plan cowboy de los años ochenta), le pasa algo durísimo pero que a la vez es, paradójicamente, lo mejor que le podía pasar a su triste, depravada y rancia vida: Ron contrae el VIH y enferma de SIDA.
Sin querer obviar lo terrible de descubrir una enfermedad letal por aquel entonces en EEUU (años 80) y letal todavía en los países empobrecidos, me quería centrar en todo lo positivo que esta película desprende e inspira. A Ron le cambia la vida la enfermedad. Se la acabará quitando pero hasta que eso ocurra, su vida va a descubrir un sentido que jamás tuvo antes.
A Ron la vida le tiene preparada una sorpresa. Él detesta a los “putos maricones”, a los “sidosos”. Pues de la noche a la mañana se ha convertido en uno de esos “sidosos” y en su nueva vida hace una verdadera amistad con un chico transexual de gran corazón pero terriblemente enganchado a las drogas. Ron pone rostro, pone nombre a eso que antes prejuzgaba cruelmente, a eso que desconocía, a eso que le asustaba, que despreciaba, que no podía comprender… Su nueva amiga bautizada por él como Campanilla, ha pasado de ser un “maricón hijo de puta que habría que extinguir de la Tierra” a ser Rayon. Ella nació mujer encerrada en un cuerpo de hombre. Buscando la felicidad y con millones de trampas propias de la época (marginalidad y drogas) se separó de su familia la cual no toleraba esto y emprendió una nueva vida. Rayon es ante todo una persona. Tiene un gran sentido del humor, es inteligente y provocadora. Se convierte en la mano derecha de Ron. Hacen negocios, comparten penas, alguna alegría y luchan contra su enfermedad y la exclusión que ésta les provoca. Juntos. Como amigos. Sonreí en una escena en la que Ron se encuentra a un amigo de toda la vida y al ver como éste se comporta con Rayon (exactamente igual que como se comportaba él antes de la enfermedad) le defiende como a una hermana con uñas y dientes. Como una hermana. Acabado el prejuicio, puesto el nombre, conocida la persona, bienvenida al cariño, al respeto, a la fraternidad. Me pareció maravilloso. Ron se transforma. Y aunque le cuesta aceptarlo y pone resistencias, la transformación ya no cesa, arrasa con todo. Rayon es Rayon.
Y me vino a la cabeza unas palabras de Sebastián Mora hablando sobre una señora que conoció un día y que hablando sobre la inmigración en España se quejaba de “lo guarros que eran los moros” y al decirle Sebastián que “con su vecino de arriba, que era marroquí, sí que se llevaba muy bien”, ella le contestó “No, ése es Said, no es un moro, es Said. Y nos llevamos muy bien, es un vecino estupendo, me ayuda a cargar la compra y me trae el pan cuando yo no bajo a la calle”. Acabado el prejuicio, puesto el nombre, conocida la persona, bienvenida al cariño, al respeto, a la fraternidad.
Si Ron y esta señora pudieron, seguro que todos podemos también. La fraternidad hay que trabajarla y es muy difícil sentirla si no ponemos rostros, si no ponemos nombres.
Pones el nombre, pones el rostro y la mirada cambia, te transformas. Yo le llamo milagro pero que cada uno le llame como quiera.
Da igual que seas gay, hetero, pijo, macarra, negro, oriental, budista, islamista, cowboy, deportista, merengue, demente, progresista, cosmopolita, de pueblo, viajero, casero, intelectual, nacionalista, centralista, cristiano, judío, currela, conservador, rico por casa… Da igual. Le pones rostro, le pones nombre y todo lo demás pasa a un segundo plano, cobrando protagonismo lo realmente importante, la persona. Tirando a la basura esas etiquetas que llevamos, que nos ponemos continuamente y que tanto nos separan.
http://www.youtube.com/watch?v=hCsGz_nZnn8