Un largo camino por recorrer


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Hace ya 8 años, en junio del 2007, una experiencia inolvidable estaba esperándome al otro lado del charco. Nunca me imaginaría que aquel verano que estaba a punto de comenzar iba a significar y a tranasformar mi vida tanto.

De la mano de Moncho, unos de esos jesuitas que moviliza masas sin perder nunca su sonrisa, llegamos a Lima y una semana más tarde, a Piura. Recuerdo esa llegada como si fuera ayer. Aterrizamos en el pequeño (ya no tanto) aeropuerto de Piura y a la salida de éste allí estaba una mujer que desde ese día se convertiría en un pilar fundamental en mi manera de entender la vida, en mi manera de afrontar mis preocupaciones por este mundo injusto, en mi manera de relacionarme con Dios, en mi manera de proyectar mi vida.

De la mano de esta gran mujer y de su fabuloso equipo (desde Don Héctor hasta Auri, pasando por el Mudo, las jóvenes Mechita, Inés, Erika, Yanina… y más, muchos y muchas más) viví una experiencia llena de entrega, de amor, de luz… Todas esas inquietudes espirituales, sociales, transcendentales que me llevaron ese verano a Piura se subrayaban de repente y se agrandaban, aumentaba su intensidad. Mi vida llena de interrogantes pasaba a estar plagada de ejemplos que me demostraban que “sí se podía”, “que otra manera de vivir era posible”, comprendía qué era eso de “los favoritos de Dios” al visitar La Molina, el CREM, la Tortuga, ASPOV… al escuchar los testimonios de las vidas difíciles (pero que en cambio no le hacían perder la esperanza y la alegría) de tantos jóvenes de Manitos Creciendo, de tantos niños, niñas (y sus familias) del Manitos “del Mercado” (Manitos Trabajando).

Sentí, y hoy día lo sigo viendo así, que el Señor me quiso llevar hasta allí para que viera todo eso. Para que viera tantos ejemplos y testimonios de entrega. Me llevó de la mano, con cariño, sin agobio alguno, me llevó porque quería ayudarme a encontrar respuestas.

Ese verano fui feliz, lo sentí, lo experimenté. Lo fui porque me liberé de muchísimo equipaje con el que viajaba. Lo sentí porque conseguí despreocuprame lo suficiente de mí mismo y pude centrarme en observar el milagro que se estaba produciendo en esa ruidosa, alocada y divertida ciudad. Fui feliz por todas aquelllas maravillosas personas que conocí, por cómo me trataron. Lo experimenté porque me sentí querido, pequeño, “un lápiz en sus manos” que diría la Madre Teresa de Calcuta.

Miro ahora mi vida y localizo claramente este verano como un punto de inflexión en mi vida. Tal acercamiento a los favoritos de Dios a través de un equipo tan maravilloso como el que nos cuidó esos meses no podría tener otras consecuencias.

Más voluntariados, Piuring, el Pozo, Creciendo Juntos, el máster en Cooperación, Entreculturas, Pueblos Unidos, los CIEs y todo el largo camino por delante que nos queda no se entenderían sin esta experiencia en Piura, en Canat, que sin duda marcó un rumbo, indicó un camino, insinuó una senda que ahora, día a día, intento recorrer sin olvidar que sigo yendo de Su mano.

Muchas gracias a Gabi, esa menuda pero enorme mujer que esperaba en el aeropuerto de Piura ese día, muchas gracias por ser ese ángel de la guarda que a veces sin saberlo, me acompaña en el peregrinar de mi vida, ahora de nuestra vida.

Muchas gracias a Canat y a ese maravilloso equipo que lo defendéis y multiplicáis cada día.

Muchas gracias al Padre, que inventa cada día algo nuevo en mi interior y que consigue que saboree la vida como si fuera mis últimas horas por aquí.

 

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