Los hay de todas las edades, formaciones, dedicaciones, niveles de compromiso, motivaciones y momentos vitales.
Hay un señor recién jubilado que una vez al año aparca todo, incluido sus adorados nietos, para estar clasificando tipos de alimentos y metiéndolos en cajas de cartón. Comida que ayuda a comer tres veces al día a miles de familias a las que un día el Estado decidió olvidarse de ellas y dejarlas a la intemperie.
Está la joven de primero de carrera que todos los martes después de clase se cruza la ciudad para pasar la tarde con un grupo de niños y niñas del Barrio del Pozo del Tío Raimundo. Cada martes, semana a semana, mes a mes, se compromete con estos niños y en vez de echarse una siesta o darse un paseo con sus amigas, elige recorrer nueve paradas de metro, subirse al tren de cercanías y dar clases de apoyo escolar a estos niños y niñas que no van muy bien en clase y que demandan cariño, atención y alegría.
Está la dentista que el mismo día que apagaba con fuerza las 40 velas de la tarta, sentía con claridad que tenía que hacer algo por todas esas personas que no tenían la oportunidad de tener una boca cuidada. Y se puso en marcha. Y ahora pasa consulta cada quince días en el local de Cáritas de El Gallinero. Y ese día no está para nadie: ni para su novia, ni para su grupo de amigos, ni para su queridísima madre, está sólo para aquellos vecinos olvidados de La Cañada Real.
Está el matrimonio más entrañable que nos podamos imaginar, que recién celebradas sus Bodas de Oro, pueden decir con una sonrisa que todas las mañanas trabajan duro para recoger, ordenar, clasificar y poner a disposición de los que menos tienen miles de prendas: zapatos, bufandas, abrigos, mantas, calcetines, camisas…
Ropa que un grupo de jóvenes veinteañeros llevarán a los más marginados de esta ciudad cada lunes y cada jueves por la noche. Este grupo se reune para hacer caldos, cafés y bocadillos y para salir al encuentro de cientos de Personas Sin Hogar del Norte de Madrid Capital. Se acompañan mutuamente. Las noches suelen ser largas y duras para los Sin Techo y de alguna manera, este grupo de jóvenes se las ameniza y dignifica. Se sientan con ellos, se cuentan, se rien, se quejan, se arrepienten y sueñan juntos, compartiendo vida.
Está el abogado que abrió un Despacho Social y que, sin cobrar, orienta, asesora y defiende a las personas que no se pueden permitir pagar los costes de una minuta. Éste decidió emplearse a fondo dos tardes por semana. Se sintió llamado. No se lo cuenta a mucha gente, la mayoría piensa que trabaja sólo para ese prestigioso Despacho. Y lo cierto es que muchas noches se acuesta tarde y no concilia el sueño pensando cómo poder ayudar a ese joven sin papeles que cruzó la maldita valla y que se encuentra indefenso en un país gobernado por unas personas que pretenden criminalizarle, un joven que se pregunta contínuamente «¿Pero qué culpa tengo yo de haber nacido donde nací y qué mérito tienes tú por haber nacido donde naciste?».
Y están millones de personas voluntarias más. Están los que viajan miles de kilómetros para encontrarse con otras culturas, otros contextos y otras necesidades. Están los que madrugan los sábados por la mañana para replantar el bosque que prendió en llamas un verano. Están los que madrugan entre semana para hacer una cadena humana y poniendo su cuerpo como escudo, frenan y protegen a víctimas de este sistema feroz que no tiembla si deja en la calle a una señora de ochenta años sin recursos. Están las que visitan los Centros de Internamiento de Extranjeros y acompañan a las personas encerradas en esas cárceles encubiertas. Están los bachilleres que acompañan a señores y señoras de larga vida y con muchas ganas de contarla. Estos bachilleres entran cada viernes en esa Residencia de Mayores con lo mejor de sí mismos a disposición de los demás y dando prioridad a estos abuelos frente a muchos otros planes que les han ido ofreciendo a lo largo de la semana. Los viernes por la tarde no van al cine con su panda de clase, ni quedan para jugar al fútbol, ni para ir a la discoteca light. Los viernes salen un poco de sí mismos y se encuentran con el otro.
Están los que se comprometen con el dolor del mundo, los que no se conforman, los que, pese a todo, dan un paso al frente y con humildad, se ofrecen para ayudar, aunque sólo sea un poquito, a sanar esa herida del mundo. Están las que dicen que no están de acuerdo con el planteamiento actual, con nuestra manera de funcionar y que quieren darse gratuitamente a los que más lo necesitan, que quieren empujar con fuerza para equilibrar un poquito la balanza.
Están ellos y ellas, voluntarias y voluntarios. Indignados pero Comprometidos, Implicados. Hoy es su Día. Y aunque no lo buscan con sus acciones, esto pretende ser un reconocimiento, un homenaje a UNA FORMA DE SER Y DE ESTAR EN EL MUNDO.