Más allá de las coronas y velas que se puedan vender, el Adviento no genera muchos beneficios económicos. Creo que por eso, la sociedad de hiperconsumo se lo salta y nos invita a que nos lo saltemos todos.
El Adviento es tiempo de calma, de espera y esperanza, de presencia, de caer en la cuenta, de ilusión, de preparación. Lo que nos plantean y casi nos obligan tiene muy poco que ver: ofertas irresistibles, anuncios absurdos de perfumes caros, bombardeo de juguetes, cenas donde comer y beber como si lleváramos días sin haberlo hecho, largas colas para un boleto de lotería, compras y más compras…
El Adviento es gratuito, lo otro es carísimo, aunque nos quieran convencer que no, que “está tirado”. El Adviento es sencillo, íntimo y comunitario, tranquilo. Las Navidades del Corte Inglés tienen un ritmo de locos, para que no podamos parar a pensar lo que estamos haciendo, cómo estamos gastando nuestro dinero y nuestro tiempo.
Nos quieren marcar los tiempos para sacarnos los cuartos y tenernos entretenidos. Nos invitan a endeudarnos, a pagar a plazos, a pedir créditos… ¿Y eso qué tiene de preparación a la Navidad? Ni para los cristianos ni para los no cristianos. Nos alejamos de su significado. Atreviéndome a ampliar a todos el sentido de estos días, puedo decir que la Navidad nos reúne para celebrar juntos: amigos y familias. Son fechas donde hacemos cosas diferentes. Despedimos el año y soñamos con el próximo, regalamos y nos regalan, pasamos tiempo con personas que echamos de menos el resto del año, viajamos, descansamos, festejamos, comemos cosas que no solemos comer en el día a día…
Todo esto tiene sentido si somos conscientes de lo que hacemos, si somos conscientes de con quien lo hacemos y de porqué. Nada de esto tiene sentido si nos dejamos llevar por la corriente del consumismo que sólo pretende ganar dinero a nuestra costa.
Y mientras pienso y escribo sobre esto, me viene a la cabeza esta imagen.
Es Carlos Osoro, el recién nombrado Arzobispo de Madrid. No sé si el anterior en el cargo lo hizo alguna vez en su larga estancia en la capital pero desde luego que no lo hizo tan rápido (22 días desde su nombramiento) y, sobre todo, de una forma tan sencilla.
Carlos visitó hace muy poquitos días el lugar más marginal y con mayores necesidades de Madrid: El Gallinero, en La Cañada Real. Se embarró, paseó, preguntó, escuchó… abrió su corazón a los favoritos de Dios. Y cuando me viene esta bonita imagen, me vienen todas esas palabras que he utilizado al principio para hablar de estos días de Adviento. Y la palabra que más se repite es ESPERANZA. Esperanza por renovarnos, actualizarnos, proponernos, comprometernos, por no perder nunca la pista al Evangelio. Y me viene también la imagen del nacimiento de Jesús en el pesebre, y pienso que el 24 volverá a nacer en un portal como el del Gallinero, como el de esta foto. Y me apena la tergiversación de esta fiesta: hemos pasado de celebrar el nacimiento en un pesebre a celebrarlo hoy día en centros comerciales de lujo.
Menos mal que pese a todo, tenemos esta propuesta para hacer espera de una manera diferente, menos mal que gestos como los de Carlos Osoro nos recuerdan lo nuclear, lo importante, lo profundo, la esencia.