AUTORA: NURIA FERRÉ
“África tiene en abundancia lo que Europa está perdiendo: humanismo, esperanza y energía pese a todo” (Padre General de la Compañía de Jesús, Adolfo Nicolás, en su visita a España en mayo de 2013).
Entonces…¿Por qué nadie habla de África?
Se nos olvida a menudo aquí ese humanismo. Vivimos deprisa, pendientes del reloj, tratando de llenar nuestro día a día de mil actividades sin ni siquiera pararnos cinco minutos a pensar qué es lo que estamos haciendo. Nos relacionamos con etiquetas, no con personas. Prejuzgamos en seguida y huimos de aquellas realidades que nos puedan incomodar e interpelar un mínimo. ¿Por qué? Porque aquí, a veces, parece que se nos olvida que somos humanos. Que vivimos juntos. Que nos necesitamos unos a otros. Perseguimos una felicidad inexistente porque queremos alcanzarla solos. De manera individual. Y creemos que algún día llegaremos a ella, a ese objetivo último, y entonces será cuando empecemos a vivir de verdad, a ser nosotros mismos. Definitivamente no nos damos cuenta de lo equivocados que estamos. Algo está fallando.
Las personas africanas…
Una persona africana cuando se encuentre contigo probablemente lo primero que haga sea sonreírte y reír. Tan extraño te va a resultar que te vas a creer que se está burlando de ti. Aquí nos hemos acostumbrado a una expresión de seriedad de tal manera que parece que quien sonríe o ríe es porque le han contado una broma o se está burlando de alguien. Pero, ¿reír por un encuentro con una persona? Parece impensable. Tras saludarte, probablemente una persona africana te acoja, te invite a comer, te ofrezca todo lo que tenga. Y digo todo, sea mucho o poco (probablemente será poco). Pero te lo dará y no se lo quedará. Te mostrará su cariño a través de gestos afectuosos. Aunque sea te mirará a los ojos cuando te hable, probablemente porque no se haya acostumbrado, como aquí, a hablar a través de un móvil y no se haya olvidado de hablar cara a cara. El sentimiento transmitido es de pura alegría. Alegría en clave de acogida y sin esperar nada a cambio.
Una persona africana podría pasar horas y horas contigo charlando o simplemente estando contigo, en silencio. Sí, en silencio, sin hacer nada “útil”, disfrutando de la compañía. No puedo imaginarme estar en silencio con una persona sin que se cree una situación tensa. Como tampoco puedo imaginarme estar horas y horas con alguien viendo pasar el tiempo, porque seguramente tendré otro plan, otra actividad urgente, pero no importante, que atender. Porque mi agenda, mi rutina, están llenas de cosas, que no es lo mismo que estar llenas de personas. ¿Qué es el tiempo? Dicen que nosotros los europeos tenemos el reloj y los africanos tienen el tiempo. Aquí nos puede la inmediatez, la impaciencia y las prisas; allí, la compañía, la pausa, la tranquilidad, la paciencia. Ya lo decía Kapuscinski: “Es el hombre el que influye sobre la horma del tiempo, sobre su ritmo y su transcurso. El tiempo aparece como consecuencia de nuestros actos y desaparece si lo ignoramos o dejamos de importunarlo”. Se trata simplemente de disfrutar del presente, del momento, y no agobiarse excesivamente por el futuro, por el largo plazo. Probablemente ello se deba a que las personas africanas viven para sobrevivir mientras que aquí eso lo damos por hecho. Hemos tenido todo siempre muy fácil.
Una persona africana se interesará por tu familia. Pero no sólo por tus padres o hermanos, sino por toda tu familia al completo. Me atrevo a decir que incluso por tus antepasados. Hasta por tus vecinos. Le extrañará que no hables más de ella o que digas que no tienes el tiempo suficiente para visitar a tus abuelos, tíos y primos. Eso no entra en la cabeza de una persona africana. ¿Qué es más importante que el amor familiar?, podrían preguntarte.
Una persona africana mostrará un gran interés por aprender, por querer formarse. Un niño africano adolescente, probablemente nunca se queje de que tiene muchos deberes o muchos exámenes en una semana. Un joven africano, al igual que uno europeo, tendrá sueños de futuro relacionados con una carrera profesional, viajar o crear una familia. Es por todo ello por lo que resulta muy frustrante toparte con la falta de medios, la falta de oportunidades…y, en cambio, el grandísimo potencial “desperdiciado” en cada persona. Aparece la importancia de la educación y la justicia en este tipo de contextos.
No he querido generalizar y África es un continente con 54 países y muchas culturas, etnias y razas distintas. Simplemente he querido transmitir, aunque sea muy poco, algo de lo que sentí en Camerún al convivir con personas africanas. Algo de ese “veneno” que se te contagia si viajas a África y que te hace soñar con volver. Porque África tiene mucho que enseñarnos. Todo lo que tiene que enseñarnos, paradójicamente, se reduce a algo tan esencial como recordar que somos seres humanos. Personas con dignidad, personas diferentes pero al mismo tiempo iguales, sabiendo que lo que nos une es mucho mayor que lo que nos separa. Por ello, igual es hora de empezar a plantearse de verdad por qué seguir sin hablar de África, por qué seguir etiquetándola, por qué seguir poniendo barreras (tanto interiores como exteriores) o, lo que es peor, por qué dejar de mirar cuando algo de lo que sucede en África nos interpele e incomode. Y con ese “humanismo, energía y esperanza pese a todo”, seguir construyendo y, sobretodo, transmitiendo, el sueño africano.
(Escrito por Nuria Ferré, alumna del Máster en Migraciones Internacionales de la Universidad P. Comillas y muchas cosas buenas más, pero sobre todo, Amiga)